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La vida como un all inclusive, una historia de resiliencia

Viviana enfrentó el cáncer, el miedo escénico y muchas otras tormentas personales. Pero eligió vivir, y en ese proceso, floreció. Esta es la historia de una mujer que, entre diagnósticos, decisiones trascendentes y aprendizajes profundos, descubrió que siempre se puede replantar la vida, incluso en los terrenos más áridos.

Con una energía arrolladora y una sinceridad que tocó cada rincón de la sala, Viviana Ceratti—o simplemente “Vivi en el jardín“, como le gusta autopercibirse— abrió su participación en el tercer Brunch Escuela con un discurso que no dejó a nadie indiferente. “Jamás de los jamases imaginé que iba a estar hoy acá parada”, confesó ante un auditorio atento. Lejos de lo que podría esperarse, su camino no fue lineal: vivió momentos de incertidumbre profunda, con carreras truncadas y un pánico escénico que la alejó durante años del micrófono. Pero esta vez, algo fue distinto. Con una nueva oportunidad por delante, se animó a alzar la voz para contar una historia de transformación, vulnerabilidad y fortaleza. Y antes de comenzar, pidió al público un pequeño gran gesto: “Si ven que flaqueo, que me quedo muda o me pierdo, griten ‘¡vamos!’, ‘¡bravo!’ o ‘¡dale!’”.

Así empezó un relato íntimo y poderoso, donde Vivi compartió cómo logró convertir sus mayores batallas en su motor para seguir creciendo.

“Como a muchas de ustedes, me tocó atravesar varias cosas en la vida”, dijo Vivi, con esa mezcla de ternura y coraje que se volvió su sello en esa tarde de Brunch Escuela. “Pero hubo una que sí me dejó prácticamente vencida: el cáncer.”

Todo cambió en marzo de 2018. La enfermedad se instaló como una sombra larga, y no fue solo un diagnóstico, sino una sucesión de ellos que, año tras año, parecían no tener fin. Vivi lo describió sin adornos, sin dramatismos forzados, pero con una crudeza que estremecía: el cáncer fue apagando su luz, desdibujando los roles que la definían, tanto en lo personal como en lo profesional. “Sentía todos los días que me iba a morir en breve”, confesó. Y en esa sensación constante, la vida comenzó a achicarse. Los proyectos dejaron de tener sentido, las actividades quedaron en pausa, y la alegría se volvió algo casi ajeno. “Vivía con una nubecita negra arriba de mi cabeza y no lograba ver el sol.”

Pero en medio de ese panorama sombrío, algo inesperado empezó a emerger. “Me di cuenta de algo: la muerte, como yo la imaginaba, no llegaba.” Fue ahí donde apareció una chispa de reflexión, de esas que solo brotan en los momentos más oscuros. Y como buena amante de los libros, trajo a colación una historia que le había quedado grabada: Las intermitencias de la muerte, de Saramago. En esa novela, de pronto, la gente deja de morirse. Incluso quienes están gravemente enfermos. Y cada personaje reacciona distinto: algunos se reinventan, otros se fugan. La muerte se vuelve un concepto movedizo. “Bueno, algo así me pasaba a mí”, dijo Vivi, con una sonrisa cómplice. “Hasta hice la analogía con los hoteles all inclusive, donde sabés que podés comer papas fritas todo el día… pero por siete días. Porque después, se termina. Y sin embargo, eso no te impide disfrutarlo, ¿no?”

Ese disfrute momentáneo, esa lucidez fugaz en medio de la tormenta, fue lo que marcó un antes y un después.

Pero la vida, como suele hacer, no se quedó quieta. En medio del caos, cuando el cuerpo y el alma estaban exhaustos, llegaron los desafíos que nadie se imagina tener que enfrentar en simultáneo. “Una jueza nos eligió como papás adoptivos de nuestro segundo hijo”, contó Vivi, con los ojos brillantes. “Y yo no entendía nada. Le preguntaba a Dios, al destino, al más allá: ¿para qué me mandás una sentencia de muerte y después me mandás vida? ¿Me querés volver loca?”

Y ahí no terminó todo. En otra ocasión, subiendo el Cerro Uritorco, recibió un resultado médico que no traía buenas noticias. Estaba a mitad del sendero, literal y simbólicamente, cuando la vida la volvió a empujar contra la pared.

¿Y qué hizo? “Adopté junto a mi marido a nuestro hijo Mateo y subí a la cima del Uritorco. Elegí la vida. Elegí sacarme la foto arriba y no bajar a lamentarme de mí misma.”

Esa frase, tan simple y tan enorme a la vez, resumía una forma de estar en el mundo: abrazar lo que llega, aún con miedo, aún con dolor, y caminar hacia adelante. Pero no fue magia. No hubo conejos de galera. Todo lo que está logrando —su página web recién lanzada, la publicación de su libro, su presencia inspiradora en este encuentro— fue fruto de trabajo, esfuerzo, y de lo que ella llama sus tres salvavidas fundamentales.

  • El mindfulness. Esa práctica que le enseñó a quedarse en el presente, a respirar, a agradecer por el día, por el ahora. “Me empecé a permitir mini proyectos: si hoy me siento bien, calculo que mañana voy a estar más o menos igual, entonces puedo hacer esto o aquello.”
  • Un diario de agradecimiento. Un cuaderno lleno de detalles que muchas veces pasan desapercibidos. Agradecer desde la pava eléctrica que calienta el agua del mate, hasta los momentos con sus hijos, las pequeñas grandes comodidades del día a día.
  • Y el tercero, quizás el más poético: la naturaleza. “Podría hablar horas de esto”, dijo Vivi, emocionada. La contemplación atenta de una flor, de un árbol, de un jardín, le enseñó a florecer en los lugares más insólitos. A entender los procesos, a abrazar la imperfección. “Cada hoja marchita, cada rama rota, es parte de su historia, de su fortaleza. Y aprendí también que aunque la vida nos golpee fuerte y nos arranque de raíz, siempre tenemos la opción de replantarnos.”

Así, de a poco, Vivi fue reconstruyendo su propio jardín. Con paciencia, con herramientas, con conciencia.

Y cerró su discurso con una frase que quedó flotando en el aire, como una caricia que también es empujón: “Sigo bailando bajo la lluvia, como dijo Vale el otro día”, refirió haciendo alusión a @valecosta organizadora junto a @debolobato del @brunchescuela. Y continuó:Elijo la vida sin ignorar el dolor, porque elijo descubrir la belleza en medio de la tormenta, y la luz que persiste incluso en la oscuridad más profunda.”

Su mensaje final fue una invitación para todas las más de 50 mujeres presentes: a no esperar a estar al borde del abismo para saltar, para cambiar el rumbo, para sembrar nuevos caminos. Porque cada una de nosotras tiene la capacidad de crear paisajes nuevos, únicos y maravilloso.

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