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Tigre: un joven con autismo es víctima de una cacería digital tras ser acusado falsamente de torturar animales

Una fake news viral, perfiles falsos y un encierro emocional y físico que todavía no termina. La historia de Matías Fulco, el joven de General Pacheco que fue atacado por una turba enardecida después de que lo acusaran, sin pruebas, de maltrato animal. La verdad sale a la luz, pero el daño ya está hecho.

Una imagen, una dirección, un nombre. Eso es todo lo que necesitó alguien para desencadenar el infierno en la vida de Matías Fulco, un joven de 28 años con diagnóstico dentro del espectro autista y síndrome de Asperger. Vive con su madre, sus hermanos y sus abuelos en General Pacheco, Tigre. El 27 de marzo, su madre recibe por WhatsApp una captura con la cara de su hijo y mensajes que lo acusan de cometer atrocidades contra animales. En pocas horas, el contenido se viraliza.

Lo que sigue parece una escena de ficción. Vecinos autoconvocados llegan a su casa. Llevan pancartas, gritan, lanzan piedras, rompen ventanas y exigen justicia por mano propia. Algunos intentan prender fuego la vivienda. Todo queda registrado por un móvil de televisión que transmite en vivo mientras en el estudio, con imágenes de llamas de fondo, los conductores piden una solución “por las buenas o por las malas”. Incluso alguien clama por la intervención presidencial “porque Milei ama a los perros”.

La escena podría haber sido escrita por Charlie Brooker, creador de Black Mirror. Pero ocurre en nuestra ciudad, en abril de 2025.

Mientras la turba actúa guiada por el pánico moral, la Justicia trabaja en silencio. Una denuncia por ciberacoso permite rastrear los perfiles falsos desde los cuales se originan los mensajes violentos y los videos de crueldad animal. El IP no corresponde a Tigre. Llega desde San Justo. En un allanamiento, un joven de 22 años con antecedentes por ciberbullying es detenido. Su propio padre lo entrega. En su computadora, encuentran pruebas de que usurpó la identidad de Matías y editó videos antiguos de Telegram para hacerlos pasar como recientes. El joven declara que lo hizo “por diversión”. Tiene diagnóstico de esquizofrenia. Queda en libertad.

Pero Matías no. Matías queda atrapado en un encierro que no es legal, pero sí real. No puede volver a su casa. No duerme. No come. No sale del comedor. Cada ruido lo sobresalta. Su madre relata que intentó quitarse la vida al recibir más de 700 amenazas, muchas de ellas reproducidas por influencers y grupos proteccionistas que amplificaron el mensaje sin verificarlo. La foto del intento de suicidio también circula en redes. Como trofeo.

La historia deja heridas múltiples. No sólo en Matías y su familia, sino también en la sociedad. Porque los “buenos” se convierten en peligrosos, la víctima en villano y el verdadero culpable opera desde las sombras, protegido por el anonimato digital y un sistema que aún no encuentra cómo lidiar con estos nuevos delitos.

Las redes, otra vez, demuestran su doble filo. La turba ya no lleva antorchas: lleva celulares. Pero la lógica medieval sigue intacta. Se apunta, se acusa y se castiga. La posverdad, esa distorsión emocional de los hechos, encuentra en este caso su espejo más oscuro. Y mientras tanto, Matías espera —quizás en silencio— que alguien lo mire y diga, al fin, la verdad.

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