Por Christian Ziegler*
Un cuerpo humano apenas erguido, ligeramente replegado sobre sí mismo y abatido por su presente, se desplaza inerte en una cinta transportadora. Máquina implacable que lo lleva de un extremo hacia el otro sin poder frenarla, o ya sin la voluntad de hacerlo. A ambos lados de esta cinta, la vida misma: todas las cosas circundantes pasan de largo, a gran velocidad, como en una película que no se detiene.
Esta suerte de alegoría, imagen onírica de un infierno, bien podría ser una descripción de cómo se siente una persona en los tiempos que corren.
Asistimos a una época en donde lo rápido, lo instantáneo, lo efímero, está a la orden del día… ¿Cómo existir sin ser afectados por esto? Difícil, cuando no imposible.
Junto a la velocidad, entre otros, el culto a la imagen, el discurso imperante que postula el consumo y el éxito como fórmula para encontrar la Felicidad, y sumado a la crisis de muchas instituciones que brindaban apoyo, comunión, y cierta idea de estabilidad, las más de las veces tenemos como resultado un mismo efecto: sensación de angustia, presión, vacío, inseguridad, pánico, adicciones… Son solo algunos de los nombres con los que puede expresarse este fenómeno en la clínica psicológica.
La buena noticia es que Dios aprieta pero no ahorca. Así dice el refrán, y por suerte (o por obra y gracia del Altísimo, deberíamos decir) en la actualidad se están difundiendo más temas que involucran a la salud mental. Probablemente colabore el virtual anonimato que se encuentra en las redes sociales, y también el hecho de que algunas figuras públicas “influyentes” cuenten sus experiencias personales sobre el asunto. Lo cierto es que gracias a esto mucha gente se está animando a hablar sobre lo que les pasa, y posibilita que aquellos que se sienten interpelados busquen ayuda profesional.
Lo que antes resultaba difícil asumir o parecía ser algo estigmatizante está cambiando. De a poco se comienza a aceptar con mayor naturalidad que los temas de salud mental tienen que ver con algo que nos atraviesa a todos (¿acaso la vida humana no es tanto física como mental?)
Durante mucho tiempo se consideró que lo normal era no tener “problemas psicológicos” y que justamente lo que estaba fuera de la norma era lo atípico, lo raro, lo que estaba mal. Claro que también pesaba un gran tabú sobre estos temas y en general no se reconocía o se ocultaba por corrección moral lo que a uno le pasaba en esta materia. En los tiempos que corren la ecuación pareciera invertirse, y descubrimos que lo común es tener algún tipo de padecimiento en relación a la salud mental, y lo menos común es que esto no esté presente.
En la corriente sensación de que todo apremia y que el tiempo no alcanza, cada vez es menos frecuente que se tome como signo de debilidad o motivo para avergonzarse el hecho de reconocerse vulnerable frente a una realidad que muchas veces se vuelve ajena o amenazante. Por el contrario, deberíamos sentirnos honrados de encontrar puntos débiles -eso que nos vuelve humanos- y así poder dejarle a la divinidad la pesada carga de ser todopoderoso, de no errar, de ser perfectos, de no estar estructuralmente habitados por la contradicción.
Ante tanto estímulo y tanta información que circula sin filtro, puede resultar una verdadera bendición poder hacer una pausa, ir más lento, detenerse a pensar, sentir, amar.
Será tarea de la psicoterapia, en estos tiempos que corren, propiciar un espacio de esas características que permita desplegar lo propio, aquello que todos tenemos en potencia y que nos devuelve la libertad. Fundamentalmente la libertad de elegir cuándo seguir o cuándo parar.
*Christian Ziegler – Lic. en Psicología – Especialista en Consumos problemáticos y Adicciones